Un fanfic sobre Robert Pattinson y Bobby Long

martes, 12 de enero de 2010

Uno <-> Pintas de Guinnes*

Banda sonora - “Happy <-> Travis“








Llevaba tres meses en esta gran ciudad. Tres meses que me habían costado muchas lágrimas y muchas comeduras de cabezas, pensando si debía tirar la toalla y abandonar mi sueño de vivir en Londres. Siempre me había imaginado lo fantástico que sería vivir aquí, siempre pensando en la parte divertida; museos, discotecas, pubs, nuevos amigos, británicos… Pero nunca se me había pasado por la cabeza lo duro que e

s empezar una nueva vida en un país que no es el tuyo, lejos de tu familia y la gente que quieres, sin nadie que te quite las castañas del fuego cuando lo necesitas.


Por suerte, esa etapa se había terminado después de abandonar mi antiguo trabajo en una tienda de ropa. Ahora llevaba dos semanas trabajando en un pub del centro de Londres y aunque el sueldo no era para tirar cohetes, si que lo eran mis compañeros y sobre todo, mi jefe, Jamie, que en tan poco tiempo me había cogido un cariño especial, quizás porque estábamos pasando por la misma situación. Nos habíamos contado casi toda nuestra vida en mi primer día de trabajo, y a pesar de llevarme diez años, teníamos mucho en común, sobre todo en el tema amoroso. Pero nunca pensamos en que nuestra amistad traspasara las barreras de eso. Yo tenía 24 años. Él tenía 34. Era mi jefe. Yo, su empleada. Y si quería seguir viviendo mi sueño londinense, sería mejor que pensara

en él como un hermano mayor, mi protector británico.


Era una noche de martes, cuando Jamie me llamó en mi día libre, pidiendo por favor en todos los idiomas, que fuera hasta el pub para ayudarlo. Al parecer, se había abarrotado de gente y entre él y Louise, la otra camarera, no daban a basto. Como no tenía otra cosa que hacer, y estaba en mi casa aburrida, acepté sin mucha oposición. Después de coger los dos metros de rigor, llegué puntual al pub, “The Indian“, y casi me caigo al suelo al ver la cantidad de gente que estaba allí.


-“Gracias a Dios que ya estás aquí“ - me dijo Jamie mientras colocaba el cajetín de los vasos sucios dentro del lavaplatos.


-“¿Pero que está pasando hoy? ¿Por fin has decidido regalar cerveza?“ - le dije yo entre risas. Pero Jamie no se rió; estaba agachado en el suelo, y levantó la cabeza dedicándome su mejor cara de cabreo. Tragué saliva y dejé el bolso encima de la nevera de los refrescos, mientras saludaba a Louise con la mano.


-“Está bien, loca.“ - solía llamarme “loca“ en español, un apodo que me había ganado a pulso el día que una cucaracha se posó en mi mano mientras limpiaba el almacén, y salí corriendo del bar mientras no paraba de gritar y agitarme. -“Necesito que saques más refrescos del almacén. ¿Crees que serás capaz de traerlas hasta aquí sin romper ni una sola botella?“


Jamie se estaba aguantando la risa, lo que hizo que me desinflara como un globo después de todo el aire retenido al principio, y la tensión desaparecía poco a poco de mi cuerpo. Le di un pequeño puñetazo en el hombro y bajé las escaleras rápidamente hacia el almacén. Mi peor pesadilla. Odiaba tanto esa pequeña habitación, oscura y húmeda, que normalmente le pedía a Louise que bajara conmigo. Pero sabía que hoy sería imposible pedirle tal cosa. Seguramente me mandaría a la mierda con su fino acento escocés.


Busqué a tientas la cadenita que había al lado de la puerta para encender la luz, pero por mucho que tiraba, la luz allí era inexistente.


-“¡Mierda!“ - exclamé en alto mientras buscaba en el bolsillo trasero de mi pantalón el móvil, para iluminarme un poco. Por suerte la caja de los refrescos no estaba al fondo del almacén, y cogiendo con los dientes el teléfono, me agaché para recoger la pesada caja de plástico, tambaleándome ligeramente al tiempo que me ponía de pie. Eso podría ser un handicap para que Jamie me pagara algo más.


A tientas, subí de nuevo las escaleras, caminando como pude entre la multitud de gente que se agolpaba a la salida del almacén, haciendo cola para ir al baño. La música estaba a tope, y se mezclaba con las risas y el cuchicheo de la gente, haciendo que me pusiera más nerviosa todavía. De repente, la fuerza de mis brazos me venció, y dejé caer la caja en el suelo, con un sonoro estrépito que hizo que todo el mundo se girara para mirarme, seguramente pensando lo torpe que era.


-“¡Mierda, mierda, más que mierda!“ - decía entre dientes mientras me agachaba para volver a coger la caja. Pero un par de pies se situaron justo a mi lado. Un par de pies que calzaban unos zapatos no muy modernos, que digamos. Levanté la cabeza, y me caí de culo, literalmente.


Bobby. Bobby Long.


Estaba tal y como lo recordaba; el mismo flequillo, la misma sonrisa, la misma ropa. ¿Cómo pude haberme olvidado de esos zapatos? ¡Eran los mismos! ¿Será posible que en un año no se haya comprado nada de ropa? ¿Y por qué estoy pensando esto, mientras estoy de cuclillas en un suelo pegajoso y lleno de colillas, mientras Bobby Long me está mirando?


Pues porque, definitivamente, había perdido el norte...


- “Hey“ - me dijo desde arriba, desde muy arriba. Me estaba sonriendo. A mí. A la camarera tonta, torpe y sucia que acababa de tirar una caja con 24 botellas de cristal al suelo, y que estaba agachada, mirándolo con cara de idiota.


-“Ho-ho--hola…“



-“¿Me dejas que te ayude?“


No hizo falta contestar, porque en cuanto mi cerebro quiso formular una respuesta, Bobby ya estaba agachado recogiendo la caja, y yo observaba cada uno de sus movimientos. Se levantó tan rápido que fue imposible levantar la cabeza a esa velocidad para seguirlo con la mirada, y lo siguiente que vi fue su mano estirada hacia mí, para ayudarme a levantar. La acepté sin dudar, y en cuanto me puse de pie, fui capaz de hablar.


-“Muchísimas gracias“


Aunque no fuera mucho hablar...


Le indiqué que me siguiera hasta la barra, y allí dejó la caja. Le ofrecí un poco de papel para que se limpiara las manos, y yo hice lo mismo. Eso era un tanto… psicodélico. Yo, detrás de la barra de un bar, limpiándome las manos con Bobby Long. Seguramente estaría soñando y en un par de minutos mi asqueroso despertador me sacaría de el. Pero en cuanto él volvió a hablar, supe que aquello, era real.


-“¿Te bebiste aquella cerveza?“


De repente mi pecho parecía invadido por una manada de elefantes. El estruendo de los latidos ultra acelerados de mi corazón podían oírse en Madrid. Y como siempre, mis mejillas se burlaron de mí.


-“¿Te acuerdas de...?… dios-mío… no puede ser…“ - Tragué saliva mientras intentaba calmarme - “¿Te acuerdas de mÍ?“


-“No todos los días invito a cerveza. Sobre todo en España.“


Tierra trágame. Ti-e-rra trá-ga-me. ¿Sería procedente decirle que, no solo me bebí su cerveza, si no que además, me la guardé en el bolso, y la puse en la estantería de mi habitación, y que fue una de las pocas cosas que me traje de España?


No, no lo sería. Seguramente pensaría de mí que soy una de esas locas que pululan por internet. Y, bueno, lo era, pero si quería que me siguiera hablando, debería mantener eso en secreto.


-“Supongo que en ese caso, ahora debería ser yo la que te invitara a una, ¿no?“


Bobby asintió y giró la cabeza, buscando algo, o a alguien, con la mirada, mientras se quitaba su chaqueta. Se sentó en uno de los taburetes de la barra, y puso su chaqueta sobre sus piernas, sin dejar de sonreír. El disco de Arctic Monkeys dejó de sonar, para dar paso al horrible CD de Jamie de temática romántica; 100 canciones para hacer el amor, se llamaba. Giré la cabeza y vi como sonreía mientras sacudía la cabeza. Al final de la noche, iba a quedar un inglés menos en la isla...


-“¿Y bien? ¿Qué puedo ofrecerte?“ - le pregunté a Bobby, mientras pasaba un paño por la barra, y vaciaba el cenicero. Bobby se encogió de hombros.


-“No hace falta que me invites.“ - dijo mientras volví a girar la cabeza. El mundo de repente, se derrumbo. Estaba claro; había venido con alguien. Y ese alguien, iba a ser su novia, estaba segura. Tenía un detector de filtreo y me estaba diciendo finamente que parara.


-“En realidad… no iba a pagarla. Tengo enchufe aquí.“ - le dije mientras le guiñaba un ojo. Bobby sonrió, pero volvió a mirar hacia la entrada del bar.


-“Es que no he venido solo.“ - dijo, casi avergonzado. Venga ya. ¿Bobby Long avergonzado por mí? Sin duda estaba en un sueño. Si seguía así iba a tener que salir corriendo, como si acabara de ver otra cucaracha.


En ese momento, Bobby saludó a alguien con la mano. Levanté la cabeza hacia la puerta, y vi que otro chico se dirigía hacia nosotros. Espera… No. No podía ser…


-“Vas a tener que invitar a este monstruo también.“ - dijo mientras le frotaba la cabeza con los nudillos, y el “monstruo“ se revolvía para soltarse.


El monstruo en cuestión, no era otro que Sam Bradley, otro de los famosos amigos de… Bueno, de Bobby. No me había dado cuenta de que me había quedado con la boca abierta literalmente, hasta que noté que una babilla casi se cae por la comisura de mis labios.


-“¿Te acuerdas de la chica española de la que te hablé?“ - le preguntó Bobby. Sam se quitó sus gafas de sola y arqueó una ceja. Claro que no se acordaba. Seguramente ni siquiera le había hablado de mí, pero una cerveza gratis, bien vale una mentira.


-“¿La del concierto de Madrid?“ - dijo Sam mientras yo sentía que mi cuerpo se hacía agua al pensar que YO había sido un tema de conversación entre Sam Bradley y Bobby Long. Bobby asintió.


-“Sam, te presento a…“ - Bobby frunció el ceño mientras me miraba.


-“Lola“ - me apresuré a decir mientras ofrecía mi mano a Sam, que estrechó sin dudar mientras me dedicaba una sonrisa. - “Soy… Lola“


Y soy idiota…


-“Este es mi amigo Sam, un jodido afortunado que va a beberse gratis una cerveza.“ - dijo Bobby entre risas, mientras Sam soltaba un bufido.


-“Suele pasarme. Soy el ídolo de las nenas.“


-“Ese “´ídolo“ creo que es otro..“ - le dijo Bobby mientras le daba una pequeña colleja en la nuca.


¿Con “otro“ se estaría refiriendo a…? No. Tenía que dejar de pensar en él. La obsesión de mi vida. Calla, cerebro, calla…


-“¿Qué queréis beber?“ - les pregunté, intentado sacarme de la cabeza fantasías estúpidas y sin sentido. Las baladas de Jamie seguían sonando por todo el local. Ahora le tocaba el turno a “Let´s get on“ de Marvin Gave.


-“Una pinta de Guinnes sería perfecto“ - dijo Bobby clavando sus ojos en los míos, y sentí que me ponía bizca. Miré a Sam, y asintió, levantando dos dedos, indicándome que él quería otra.


Saqué dos jarras y serví las pintas lo mejor que pude. Todavía no dominaba muy bien el arte de las cañas, pero ya que había quedado como una patosa tirando la caja de las cocacolas, lo menos que podía hacer, era servirles unas pintas como Dios manda. Jamie se acercó por detrás mientras les ponía las jarras en la barra, y supe que estaba en un lío. Me había llamado para ayudar, y en cambio estaba charlando.



-“¿Podrías decirme de que conoces a esa monada?“ - me susurró al oído mientras pellizcaba mi cintura, haciendo que diera un bote, sobresaltada. Jamie era gay, y como buen gay, se sentía atraído por todo veinteañero guapo.


Les dediqué una sonrisa a Bobby y a Sam, y agarré a Jamie por el brazo, dirigiéndonos al final de la barra.


-“¿Te suena el nombre de Bobby Long?“


Jamie frunció el ceño y sacudió la cabeza.


-“¿Sam Bradley?“


De nuevo, me respondió sacudiendo la cabeza. Suspiré. Solo había una manera de explicarle quienes eran.


-“Está bien… ¿Robert Pattinson?“


Jamie abrió la boca y dio un saltito hacia atrás. Claro que conocía a Robert Pattinson. Era la estrella del momento, estaba buenísimo y tenía 24 años. Eso significaba que era un habitual en el banco masturbatorio de Jamie.


-“Pues esos dos de ahí, son sus amigos. A Bobby lo vi hace un año en un concierto en Madrid, y…“ - me detuve, haciendo una pausa para que la sangre de Jamie volviera al cerebro y recuperara la consciencia. -… me invitó a una cerveza.“


El grito de Jamie, propio de una adolescente ultra hormonada, se escuchó a lo largo de toda la barra. En ese momento, Louise entró en la barra con la bandeja cargada de vasos vacíos.


-“¿Qué coño pasa?“ - preguntó, haciendo gala de la finura de sus genes vikingos.


-“Louise, prepara tus ropajes, que creo que nos vamos de boda.“ - dijo Jamie mientras ponía mi cara entre sus manos. - “Cariño, que orgulloso estoy de ti.“


Di un paso hacia atrás, con las manos en alto.


-“!Eh, eh eh!. ¡Alto ahí! Vas muy deprisa, vaquero.“


-“!Por favor, Lola! Pero, ¿has visto como te mira?“ - me dijo sin dejar de mirar en dirección a Bobby. No quise mirar. Porque si él estaba mirándonos, sabría que estábamos hablando de él. Y entonces, tendría que tirarme debajo de un double decker sin remedio. - “Te está follando con la mirada.“


-“¡Jamie! ¡Basta ya! Será mejor que nos pongamos a trabajar y olvidemos esto. Y como sigas así, voy a pedirte un incentivo.“


Jamie se dio la vuelta, riendo, mientras cogía una bandeja y se dirigía a las dos mesas que acababan de entrar. Por suerte yo me ocupaba de la barra, y disimuladamente, volví al otro lado de la barra, donde estaban ellos sentados, mientras hablaban y se reían. Y seguramente se estarían riendo de mi.


En cuanto me acerqué, me di cuenta de que ambos se habían terminado las pintas. Sí, los ingleses bebían demasiado rápido, pero por primera vez desde que estaba en el pub, me alegré, porque eso me daría otra oportunidad para hablar con él.


-“¿Os sirvo otra?“ - les pregunté mientras retiraba sus jarras vacías.


-“Qué tal si te tomas una con nosotros?“ - me dijo Bobby. Tragué saliva con fuerza. En realidad estaba en mi día libre, y podría tomarme una siempre y cuando estuviera atenta a mi trabajo, y no sabía si Jamie se lo tomaría bien. Pero en cuanto empezó a sonar “Have I told you later“ de Van Morrison, maldije interiormente a Jamie, asentí con la cabeza, y me dirigí al surtidor, llenado de nuevo las jarras, y cogiendo una Heineken para mí. ¿No quería boda? Pues boda iba a tener. O al menos, tema de conversación para un mes entero.


Volví a servirles sus pintas y abrí mi botella de Heineken, bebiendo a morro, demostrando que las españolas también sabíamos beber cerveza, y que además, adoraba la Heineken desde el día de su concierto. No me gustaba mucho la cerveza, pero si él me la ofrecía, podría beberme hasta el agua de un charco.


-“Bueno, ¿y que haces en Londres? Aparte de invitarnos a cerveza.“ - me preguntó Bobby después de beberse de un trago un gran sorbo de Guinnes.


-“Es una larga historia.“


-“Tenemos mucha noche por delante.“ - dijo Sam mirando su reloj y encogiéndose de hombros.


Sonreí y suspiré. No estaba muy convencida si contarles a un par de desconocidos el verdadero motivo de mi huida a Londres, pero ya que estaban siendo muy amables conmigo, decidí abrir mi corazón.


-“Un chico.“ - respondí escuetamente.


-“Así que te has mudado porque tu novio vive aquí.“ - dijo Sam mientras Bobby me miraba fijamente con la boca torcida.


-“No exactamente. En realidad me fui de Madrid porque mi novio vivía allí.“ - respondí con una sonrisa triste. Quizás mi inglés no era del todo fluido, porque ambos me miraron extrañados. - “Mi novio me dejó por otra, y a pesar de que Madrid es muy grande, sentía que todo me recordaba a él.“


Dejé escapar un suspiro mientras ambos asentían. Que triste era esto. Estaba intentado ligarme a Bobby Long contándole la patética razón de porque me fui de España.


-“ ¿Cuánto tiempo llevas aquí?“ - me preguntó Bobby mientras se acercaba la jarra a los labios. En ese momento, Sam recibió una llamada al móvil, y después de excusarse, se dirigió a la puerta, saliendo a la calle para escuchar mejor.


-“ Pues tres meses y dos semanas. Ha sido duro al principio.“


-“Pero habrá valido la pena, ¿no?“


-“ Sin duda“ - respondí sonriendo. Y tanto que había valido la pena. Todas las lágrimas derramadas se compensaban por el día de hoy. Bobby también sonrió.


-“ Y, ¿has venido sola, sin amigas? ¿Conoces a alguien aquí?“


-“Bueno… sí, me vine sola. Fue una decisión repentina. No conocía a nadie aquí. Y sigo sin hacerlo… “ - dije haciendo una mueca. - “Ahora conozco a Jamie, mi jefe, y a Louise, la camarera. Y a mis tres compañeras de piso, pero prefiero que me hagan comer vomito de gato a hacerme amiga de ellas.“


A Bobby casi se le escapa la cerveza que estaba bebiendo en cuanto dije eso. Le ofrecí una servilleta después de disculparme, y se limpió los labios, dejándole luego sobre la barra. Otro recuerdo para mi colección.


-“ ¿No te caen bien?“


-“Digamos que son francesas, las tres. Muy francesas. Y aparte de compartir piso, no tenemos nada más en común.“


-“ ¿Y por qué sigues viviendo con ellas?“


-“ Pues porque el alquiler es barato, y la zona no está mal.“


-“ ¿Dónde vives?“


-“ Lewisham“


-“Bastante lejos de aquí. Yo diría que la zona no está tan bien.“ - dijo riendo. Claro, pudiente londinense. Si tuviera tu dinero viviría en el mismo Big Ben.


-“ Es lo que puedo permitirme.“


En ese momento, Sam entró de nuevo con el móvil en la mano.


-“ Era Tom. Están en el Groucho. Le he dicho que vamos para allí“


Bobby asintió mientras se ponía de pie. Se puso su chaqueta, y buscó algo en los bolsillos. No iba a permitir que pagara.


- “Ya te dije que estabais invitados.“


-“ En ese caso… déjame invitarte a una fiesta.“


El corazón se me subió a la garganta. Entonces me di cuenta de que el tal “Tom“ podría ser el otro as de la baraja, y que si Dios realmente existía, Robert también estaría allí. Además, el Groucho era un bar muy exclusivo que no podías entrar a no ser que fueras famoso o rico. De repente me imaginé invadida por una nube de flashes mientras salía del Groucho con Robert de un brazo y Bobby del otro. Pero era imposible.


- “Me encantaría pero, tengo que trabajar… Hasta las 2 de la madrugada.“


- “Otra vez será. “ - respondió mientras se giraba para irse. Sam se despidió con la mano y con su encantadora sonrisa, mientras yo sentía que me invadían las ganas de llorar a la vez que mis ojos se clavaban en la espalda de Bobby. En cuanto se fueron por la puerta, mi mano agarró casi por instinto su servilleta y me la guardé en el bolsillo.


No sabía si iba a haber otra vez, pero por lo menos, había conseguido que mi vuelta a casa, fuera la más feliz en casi cuatro meses.






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